Los egipcios pensaban que existían tres principios espirituales inherentes al ser humano, cada uno con su propia identidad.
Así encontramos el akh, fuerza espiritual ultraterrena que, al contrario del cuerpo pertenecía al ámbito celeste; el ba, que se trata de un concepto lo más parecido a nuestro concepto de alma y que era representado en las tumbas como un pájaro con cabeza humana, sobrevolando la tumba o posado en un árbol cercano; y el ka, que era una especie de genio protector, la fuerza vital generada y mantenida por la alimentación física, el duplicado espiritual de la persona.
Cuando un egipcio moría, cada parte independiente debía recorrer su camino. El ba debía llegar a un reino llamado Amenti, en occidente, donde viviría bajo la dominación de Osiris y donde llegaría tras un viaje nocturno y subterráneo en la barca del dios del sol Ra por el oscuro mundo de Amduat, donde sería juzgado por el tribunal de Osiris. Si el muerto había sido una mala persona, su corazón sería devorado por una leona con cabeza de cocodrilo; si era un hombre justo, disfrutaría del paraíso todas las noches, al que viajaría en la barca de Ra, mientras que por el día estaría en su tumba disfrutando de sus objetos preciados, que habrían sido enterrados con él.
Se trata de un proceso complejo, pero el único para alcanzar la inmortalidad. Era un camino oscuro el que el alma debía recorrer y trastornada por las últimas transformaciones, podía perderse en la nada. Para conseguir que el hombre pudiese conseguir la vida tras la muerte, su cuerpo debía mantenerse intacto, para que sirviera de punto de referencia al alma.
En la época prehistórica, aún no se llevaban a cabo los procesos de momificación que lograron alcanzar tiempo después 81567- 1080 a. C) grados de suma perfección, conservando incluso los rasgos de la cara de difunto para siempre. La primera forma de enterramiento se basaba en enterrar a los muertos en agujeros poco profundos cercanos al desierto, donde los agentes naturales actuaban por sí solos, desecando el cuerpo por falta de humedad y protegiéndolo de la desaparición.
En los inicios del III milenio a. C., ya se comenzaron a vendar los brazos, tronco y piernas de los difuntos y hay pruebas de que en el Imperio Antiguo los egipcios se dieron cuenta de que los órganos que primero se descomponían eran los internos de la cavidad torácica y abdominal, que se recogían en los llamados vasos canopos y se colocaban al lado del muerto.
Existían tres formas distintas de embalsamamiento, dependiendo del grado de riqueza del difunto. A los más pobres, se les inyectaba en las vísceras zumo de rábano, y el cuerpo se sometía a un baño de natrón durante, un mineral compuesto de carbonato, bicarbonato y sulfato de sodio y sal, durante cuarenta días en los que se producía la desecación. Para las clases medias, la momificación incluía la inyección en el cuerpo de aceite de cedro y después el baño en natrón; cuando se sacaba el cuerpo, el aceite había disuelto las vísceras. La momificación auténtica era la reservada a los ricos y siguió siendo, con el paso de tiempo, extremadamente cara.
El trabajo del embalsamador se realizaba al aire libre, cerca de El Nilo, de un canal o un pozo. La ceremonia reservada a reyes y ricos comenzaba con la extracción del cerebro. Esto se realizaba por medio de un garfio que se introducía por la nariz. Después, el escriba hacía una marca en el costado izquierdo del difunto, donde el llamado “cortador” hacía una incisión con una piedra muy pulida, por la que se extraían las vísceras, excepto el corazón y los riñones. El “cortador” desaparecía perseguido por sus compañeros, que le arrojaban piedras, como símbolo de que, aunque debían hacerlo para conseguir la conservación el cadáver, no era lícito realizar contra un difunto ningún tipo de violencia. Las vísceras se lavaban con aceite de palma y con otros licores, además de exponerlas al sol, no se sabe bien si como ofrenda al dios del sol, Ra, antes de ser depositadas en los vasos canopos al lado de la momia para siempre.
El cuerpo era enteramente purificado y rellenado con mirra, canela, goma de cedro y otras esencias perfumadas, que tenían para este pueblo propiedades mágicas y profundas connotaciones simbólicas.
Tras esto, los embalsamadores, cuyo oficio se transmitía de padres a hijos, junto con sus secretos, lavaban de nuevo el cuerpo, juntaban fuertemente las piernas del difunto, colocaban los brazos sobre el pecho y comenzaban a envolver el cuerpo con hasta 140 metros de vendas de lino impregnadas en goma arábiga, que los egipcios utilizaban en vez de cola. Esta operación podía durar hasta quince días. Entre la vendas se colocaban en puntos estratégicos poderosos amuletos. A la altura del corazón se ponía una piedra dura o en loza sobre la que se grababan invocaciones al propio corazón muerto. Otros amuletos eran el misterioso pilar djes, reproducido en oro, un gavilán dorado, una fibia de cornalina y el wedjat, el ojo de Horus arrancado durante las luchas con el dios Seth.
La operación concluía con el recubrimiento del cadáver con vendas más resistentes y la colocación de una más cara en el rostro del muerto, para recordar para siempre su aspecto.
Las momias, además de la conservación del cuerpo de nuestros antepasados han supuesto la memoria de las civilizaciones pasadas, a la vez que grandes mitos que aún asombran a cualquiera que se acerque al mundo de los muertos.
muy bien explicado todo, me ha servido mucho para el trabajo.