En alguna ocasión, los egiptólogos han afirmado que el arte egipcio se encontró durante la antigüedad en una continua decadencia.
Es curioso como el arte, en sus diferentes manifestaciones, adoptó las características básicas que nos permiten hablar de un periodo clásico sin que apenas se sucediese un periodo de formación.
Los historiadores del arte todavía contemplan con asombro las realizaciones artísticas de las primeras dinastías del Imperio Antiguo (2780 – 2280 a. de C.). En ese periodo, las características esenciales del arte egipcio ya están plenamente implantadas entre los artesanos, que las dominan y desarrollan con suma facilidad. Incluso, en periodos anteriores, esas características, prácticamente, ya estaban asentadas.
De esta manera, no tiene que extrañarnos que cuando nos refiramos a la escultura de un periodo tan temprano como el correspondiente a la IV Dinastía (2680 – 2560 a. de C.), mencionemos constantemente el término clásico para definirla. Las características que definen la estatuaria egipcia, como su frontalidad o el hieratismo, se encuentran perfectamente asumidas por los escultores de esta dinastía. Por otra parte, durante la IV Dinastía floreció la estatuaria, en parte por la introducción y triunfo del culto a Osiris.
Otro aspecto interesante a destacar es el carácter funerario de la mayoría de las esculturas conservadas de estos momentos. Casi todos los ejemplares que se pueden contemplar hoy en día en los museos más variados, proceden de los cementerios de los monarcas egipcios, como el de Médium o Dahshur. Sin embargo, el mayor porcentaje ha sido recuperado en el gran complejo funerario de Gizé, levantado durante el reinado de Keops.
Los faraones se hacía enterrar con dos estatuas que les representaban. De esta manera su espíritu siempre tenía un punto de referencia y no vagaría por el mundo como alma en pena. Son dos estatuas ya que una representa al faraón como soberano del Alto Egipto y otra como del Bajo Egipto (lo que explicaría que en una aparezca con faldellín corto y peluca, y en la otra con faldellín largo y sin peluca). Esta costumbre, incluso, se trasladó a altos funcionarios del gobierno.
Sin embargo, el carácter funerario implicó, a la larga, que muchas de estas esculturas desapareciesen. Los ladrones de tumbas, existentes incluso desde los mismos tiempos del antiguo Egipto, saquearon gran cantidad de tumbas de todos los periodos, de tal manera que es casi imposible hallar una intacta. Las tumbas concentradas en el valle de Gizé fueron especialmente afectadas por este pillaje. Como consecuencia lógica, numerosas imágenes, junto con innumerables tesoros, se han perdido y han desaparecido, o han sido destruidas.
Los historiadores del arte y egiptólogos, a la luz de los descubrimientos estatuarios, han llegado a establecer la existencia de dos escuelas escultóricas durante la IV Dinastía. Para otros investigadores, efectivamente existirían estas dos escuelas, pero habría que ponerlas en relación con el destinatario de sus productos finales. Así, los monarcas serían uno de los grandes clientes de una de estas escuelas, mientras que la otra se centraría en satisfacer la demanda de las clases pudientes del gobierno y de la sociedad que podían permitirse una estatua.
En todo caso, hay un punto de coincidencia en los dos tipos de estatuaria desarrollada: La constante búsqueda del naturalismo. A pesar de evidentes defectos a la hora de tratar detalles como el esculpido de pies y tobillos, exageradamente anchos y grandes, pretenden individualizar cada estatua mediante el tratamiento del rostro y sus peculiaridades según cada retratado.
Sin embargo, hay dos diferencias fundamentales entre ambos escuelas. Una de ellas conserva ciertas formas severas en sus rasgos. Los acabados de la superficie son mucho más simples. Como ejemplos, podríamos citar los abundantes retratos, fragmentarios, del faraón Kefren. En cierta manera recuerda a la escultura desarrollada durante la III Dinastía. La segunda escuela se caracteriza por los acabados con modelados mucho más suaves, más plásticos, con una interesante profusión en los detalles de cada una de las figuras. El ejemplar más característico estaría representado a través del retrato de Rahotep y de su esposa.
Podemos describir algunas piezas representativas de la escultura de la IV Dinastía:
De la época de Keops apenas se han conservado esculturas, en parte debido a las razones ya comentadas. Del faraón, tan sólo podemos citar una pequeña estatuilla de marfil encontrada en Abidos. De los años del reinado de Kefrén, las muestras son ya más abundantes. En el Museo de El Cairo se conserva una magnífica estatua sedente de Kefrén. A pesar de la solemnidad de la figura, cuya cabeza aparece enmarcada por un halcón, muestra un prodigioso naturalismo en su rostro y unas expresiones más dulces en sus acabados.
Procedente de una estatua que debió ser de gran tamaño, se encontró los fragmentos correspondientes a la cabeza, que han permitido reconstruir su rostro. Micerinos legó algunas de las muestras más interesantes de la estatuaria egipcia. Como la representación del soberano con su esposa, en una escena de gran naturalidad en que ella coge a su marido por la cintura. O la tríada de Micerinos, acompañado por la diosa Hathor y la representación de una divinidad de un nomos.
Otro grupo sería el de los retratos de personajes de importancia social, funcionarios civiles o militares. Una de las esculturas más representativa es la de Cheik – el – Beled, aunque hecha en madera, que representa a un alto funcionario con faldellín largo y sin peluca. Las características formales de la escultura egipcia se concentran en este personaje, que aparece con la pierna izquierda adelantada, símbolo de buen augurio.
Las estatuas sedentes de escribas muestran al funcionario desarrollando su principal actividad, como el escriba Morgan o el del Museo del Louvre. Obra cumbre es la estatua sedente de Rahotep y su esposa, del Museo de El Cairo, que todavía conserva su superficie pintada y los ojos de cristales incrustados en la caliza. La búsqueda del naturalismo llegó a tal punto que no son extrañas las representaciones de malformidades, como los enanos u hombres con pronunciadas jorobas.
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