La Enéada: El mito de la creación en Heliópolis

Una de las principales características de la religión egipcia es su cuantiosa variedad. Por lo general, cada nomo o provincia que configuraban el Estado egipcio en sus determinados momentos históricos, contaba con su propio panteón divino.

En la ciudad, un dios era el titular mientras que en una escala jerarquizada se organizaban a sus pies otras categorías de seres divinos secundarios.

Por ello, no es de extrañar que diferentes mitos establecidos por otras tantas escuelas teológicas intentasen plasmar su concepción sobre el origen del universo y del mundo.

la enéada-Uno de las que más aceptación tuvo fue el que explicaba este origen sobre la base de nueve dioses primigenios, a partir de los cuales se engendraría todo el cosmos. Dos son las principales razones para ser considerado como uno de los mitos de creación más importante del antiguo Egipto: Por un parte, porque fue la explicación teológica con mayor aceptación entre las distintas clases sociales dominantes; por otra, porque ha sido la tradición que mejor se ha transmitido hasta nuestros días, por la gran cantidad de detalles que aporta y por no tratarse de historias fragmentarias de difícil unión entre sí.

Este conjunto de dioses encontró su principal lugar de adoración en la ciudad de Heleópolis, donde estaba establecido un importante clero que se encargó de sentar las bases que explican el mito originario de la Enéada. El término proviene del griego ennea que significa “nueve”, por lo que la historia ha sido transmitida por historiadores helenísticos posteriores al momento de concepción del relato.

El principal dios en este mito es Amón – Ra, personificación del dios del sol. Ha sido una divinidad de especial importancia en la historia del Egipto faraónico. No es extraño ya que Amenofis IV al plantear su revolución monoteísta tomó como único ser supremo a Amón. Sin embargo, en el resto de periodos históricos, Amón ha tenido que compartir la supremacía divina junto a otros seres, aunque en muchas ocasiones se llegó a identificar con Ra. Su representación suele ser simplemente la de un disco solar.

En la historia de la Enéada, Amón – Ra cobraría vida en un montículo de tierra primigenia. Sobre él, pudo contemplar su soledad, por lo que planeó la creación de una multiplicidad que diera vida y sentido al universo. Su primera labor consistió en la plena diferenciación entre los conceptos femenino y masculino. Para ello, introdujo su propio semen en su boca. Después, lo escupió con fuerza, dando lugar a dos nuevas divinidades, relacionadas con la dualidad sexual. El elemento masculino venía representado por Shu, dios del aire, mientras que Tefnut se encarnaría como diosa de la humedad.

Uno de los principales papeles de Shu dentro de la Enéada consiste en lograr la separación de la diosa del cielo y del dios de la tierra a la que nos referiremos posteriormente. Tefnut, su hermana y esposa, se representa con una cabeza de leona y disco solar. Una de sus principales aportaciones en la creación es aportar el rocío como elemento fundamental que propicia la vida.

Pero la oscuridad total seguía reinando en el universo, todavía sumido en la nada. Esto debió parece especialmente atractivo para los dos dioses Shu y Tefnut, que decidieron explorar esa infinita penumbra. Pasado el tiempo, se perdieron en las tinieblas, lo que provocó la piedad de su padre, Amón – Ra. Para encontrarlos envío a su ojo divino en su busca. En la teología egipcia, el ojo divino de Amón – Ra era considerado como una hija del propio dios. No tardó tiempo en dar con ellos y guiarles para que de nuevo acudiesen ante su padre. Amón – Ra no pudo contener la enorme alegría que obtuvo al poder ver sanos y salvos a sus hijos, por lo que rompió a llorar. De las lágrimas nacieron los hombres.

La Enéada

Otro relato posterior nos pone en relación con otros mitos del Oriente Próximo como el del Diluvio. Amón – Ra reinaba sobre los hombres, pero debido a su avanzada edad, muchos de sus súbditos empezaron a mostrar claros síntomas de rebeldía hacia su rey divino. Ante un consejo de dioses, Amón – Ra decidió aplicar un castigo ejemplar sobre toda la especie humana. Su ojo divino, bajo la forma de una leona, fue el encargado de infligir un terrible castigo sobre los humanos, provocando un enorme derramamiento de sangre entre las personas. Sólo la piedad del dios supremo permitió que toda la humanidad no fuese aniquilada de manera tan cruel.

Volviendo a Shu y Tefnut, estos decidieron emparejarse. De su unión, nació una nueva pareja primordial, la compuesta por Geb, dios de la tierra, y Nut, la diosa del cielo. Ésta última aparece frecuentemente representada como bóveda celeste, con el cuerpo encorvado y apoyado sobre Geb, la tierra. Se creía que por la noche devoraba al sol, y que, incluso, llegaba a devorar a sus propios hijos, por lo que también solía ser simbolizada como una cerda.

Geb y Nut también se unieron. Su abrazo fue tan fuerte que no existía espacio entre el cielo y la tierra. Finalmente, Geb dejó embarazada a Nut. Pero al no haber sitio entre ellos, no podía dar a luz. Shu, el padre de la pareja, tuvo que intervenir con la ayuda de los ocho dioses Heh, separando sus cuerpos y permitiendo que Nut diese a luz. Así pudo parir a dos parejas fundamentales en la mitología egipcia. Por una parte, Osiris e Isis, que llegaron a enamorarse en el vientre materno. Por otra, Seth y Neftis, que al contrario que sus hermanos, se odiaban profundamente.

El posterior enfrentamiento entre Osiris y Set será uno de los pilares sobre los que descansa la concepción mitológica del hombre antiguo egipcio. A partir de entonces, se desarrollará la conciencia histórica del egipcio en relación con la llegada al poder de los faraones históricos.

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